SONIDOS

SONIDOS: UN VIAJE ENTRE LA GENTE

Había cesado de llover y un tímido sol asomaba entre las nubes. Le gustaba la lluvia, añadía sensaciones a su mundo de silencios; notar como el viento llenaba de matices táctiles cada retal de piel denuda por donde se deslizaban las gotas de agua, como se erizaba el vello con el contraste de temperatura; sentir los empapados mechones de su negro cabello adheridos a la cara. Aquel cálido sol le sorprendió paseando aún entre las calles.

Marcelo, entró en el viejo local. Apoyados en un recodo descansaban los enseres del músico qué, hasta hace unos segundos había estado acaparando las miradas y almas de los allí presentes, conquistándolos al compás de las notas de su guitarra y su voz teñidas de blues, rock y los mil y un registros que aquel veterano de los escenarios había ido absorbiendo a lo largo de su dilatada carrera.

FOTOGRAFIA: VICTOR FRUTOS.
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Marcelo, era sordomudo de nacimiento. Contempló aquellos objetos con una suma de curiosidad y envidia, fijando su mirada en el borsalino que reposaba sobre la chaqueta. La penumbra de aquel rincón les otorgaba un aspecto casi mágico. Sólo tenia que estirar su brazo para alcanzarlo. Atraído por ellos,  se subió al escenario colocando el sombrero en su cabeza. La escasa luz que se colaba entre la persiana cobró intensidad rodeando su silueta por completo, mientras un pensamiento envolvía su mente, si tan solo pudiese escuchar una de sus notas. Fue entonces cuando sintió aquel extraño mareo, todo se volvió oscuridad y a él, le pareció estar flotando,  mezclado con la humedad que se había filtrado en el ambiente, con el humo del tabaco,  los olores de las tapas, del vino y la cerveza.

Nadie pareció percatarse de aquel insólito suceso. El músico, subió de nuevo al escenario y armado con su guitarra comenzó la segunda parte de su actuación, robando una vez más toda la atención de los presentes. Fue entonces cuando Marcelo comprendió lo sucedido, formaba parte de un todo, él era ahora el propio sonido, sumergido en lo indescifrable, perdido entre la multitud, en cada recodo de aquel lugar.

Las primeras notas vibraron en las cuerdas de la guitarra,  golpes rítmicos que se prolongaban en el tiempo hasta desaparecer para en milésimas de segundo renovase entrelazándose con la voz acompasada del músico. Poco a poco se fue familiarizando con aquel nuevo estado y, obviando lo loco e irreal de la situación, se dejo llevar por ella, disfrutando de aquella ciega inmaterialidad.

Fue así como jugueteo vacilando sensual  con el aire, correteando, apareciendo y desapareciendo, alargándose y contorneándose , acelerándose, frenando en seco, dibujando mil figuras invisibles en él, sintiéndose  risa, sintiéndose pena, convirtiéndose en río, en tren, en camino; Así fue sucesión y pausa licuada en los pensamientos, en el alma, en el corazón de cada uno de los asistentes;  así los acarició, los golpeo y agitó;  los hizo estremecer a su antojo, siendo el motor de cada una de sus emociones.


El músico, toco el ultimo de los temas. El público,  rompió en aplausos y vítores; arrastrado por ellos, Marcelo salió disparado hacia el techo golpeándose con fuerza hasta perder el sentido.

Las luces estaban apagadas y el local vacío, solo  la Luna llena y una lánguida farola,  arrojaban algo de claridad. 

Él, estaba tirado en el suelo al fondo del escenario, magullado y dolorido se incorporo despacio. Comenzó a recordar, como había entrado en el local, recordó la chaqueta, la guitarra, todo lo demás... y ese  extraño sueño.


Una vez en pie, vio a su lado el sombrero. Lo cogió y abriendo la ventana salio de aquel lugar, encaminando sus pasos hacia su casa. Empezaba a chispear, acurrucado en la acera, dormido, estaba David. Marcelo dejo el sombrero a sus pies y con una sonrisa ligeramente perversa murmuro entre dientes, aquí está  tu sueño. David, sólo soñaba con una cosa, volar de Madrid  a Memphis...

                                                                              Matilde Párraga. Todos los derechos reservados.