NATALÍ Y LOS CINCO JINETES DEL BAÚL

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Ilustración: Matilde Párraga. Todos los derechos reservados.

Estaba tirada en el suelo, con la mirada vuelta hacia dentro, sumergida en el caos que genera una mudanza sin terminar. Inmóvil, casi no se atrevía a respirar. Temía que la ansiedad la atrapase de nuevo para asfixiarla en el denso espesor de la angustia que anulaba su razón hasta hacerla enloquecer; la angustia que sacude a los que lo han perdido todo. Los huesos empezaban a doler, su debilitado cuerpo, casi sin carne se hallaba desprotegido frente a la dureza del pavimento.

La vieja persiana de láminas de madera, aislaba la casa de la luz y el calor veraniegos que intentaban colarse por el enorme ventanal del mirador.

Centró su mirada en el viejo baúl. Sus pupilas recorrieron los dibujos pirograbados que lo decoraban: hileras de flores y briosos jinetes. Uno en cada esquina y un quinto mas grande en el centro.

El jinete de la esquina izquierda de la línea de las bisagras giró la cabeza. El caballo que montaba levantó sus patas delanteras materializándose frente a ella.
-Monta. -Le ordenó, agarrándola con fuerza del brazo y encaramándola en la grupa del animal, se dejó llevar sin atreverse a oponer resistencia. El caballo comenzó a galopar y ella se agarró a la cintura de aquel salvaje ser.

-¿Quién eres?- Preguntó en un susurro.
-Soy el jinete del miedo.- Le contestó girando la cabeza en su totalidad hasta quedar cara a cara con la de ella.

El jinete esbozó una sonrisa que dejaba entrever sus afilados dientes; una escalofriante carcajada estalló en el siniestro paraje de barniz y maderas raídas. Arqueó las comisuras hacia arriba abriendo la boca hasta que ésta, acaparó todo el perímetro del rostro, transformándose en una pantalla oval que comenzó a proyectar aterradoras escenas. Ella no podía dejar de mirar, sus pupilas dilatadas adsorbían cada fotograma, los músculos se le habían agarrotado, estaba a su merced. El rostro del jinete dejó de disparar imágenes y ella, pudo verse reflejada, pálida, rodeada de una profunda soledad.

- ¡Fin del viaje basura cobarde! ¡ Me perteneces, ya no tienes nada que hacer aquí!!-
Le gritó el jinete, lanzándola con desprecio al suelo mientras se fundía de nuevo con la vieja madera del baúl.

Levantó la mirada, estaba en medio de la habitación. Aquello debía de haber sido un sueño, uno de los muchos y amenazantes sueños que acompañaban unas noches que a duras penas separaba de los días. Gateó hasta un rincón acurrucándose en él. Se sentía realmente mal, como si fuese de cristal, vulnerable e incapaz.  Acorralada y exhausta por el miedo, dejó pasar las horas.

Se levantó y encendió un cigarrillo, el humo del barato tabaco negro recorrió la garganta mezclando la caricia de su densidad con la aspereza de su sabor.
Lo expulsó con fuerza, el humo se enredó en la esquina derecha del baúl, contigua a la anterior y su correspondiente jinete se materializó en la estancia.
- Monta.- Ordenó, y ella una vez más obedeció.

Con un potente impulso del animal se elevaron veloces galopando sobre un profundo y negro cielo.

- ¿Quién eres?
- Soy un jinete dual, el de la mentira, el de las verdades a medias: ¡blanco!- Exclamó con suavidad y simpatía mientras retorcía su cuello hasta girar del todo la cabeza mostrando otro rostro de rasgos opuestos al primero;

- ¡Negro! - Espetó en idéntico tono. - Te diré una cosa y al segundo lo contrario, así no sabrás que hacer. Temerás confundirte y encadenare tus acciones.-
Su voz y rostros se envolvieron de cinismo mientras comenzaba su replica: un termino seguido de su contrario, alternado las dos caras, cada vez mas deprisa. Empezó a marearse como si estuviese borracha y se agarró con desmesurada fuerza al jinete pues temía caerse.
La cabeza le estallaba al igual que las venas, las pupilas no le obedecían no podía fijar la mirada. Empezaba a sentir que no había nada material en torno a ella.
El aire era denso casi irrespirable, quería desaparecer de allí y la idea de saltar de aquel caballo aún a costa de morir la sedujo... cerró los ojos y sus dedos empezaron a perder fuerza por segundos, estaba apunto de abrir las manos y soltarse cuando un relámpago rasgó la negra oscuridad.

Una gota resbaló por su mejilla, luego otra y otra... poco a poco su cara, sus hombros, su ropa, se fueron empapando. Sintió una punzada aguda en las yemas de los dedos, abrió los ojos, estaba sentada en un banco. Notó correr la sangre entre de sus manos, había clavado las uñas en la vieja madera y tres de ellas se habían partido. Corrió hacia casa, temerosa de sus oscuros pensamientos.

Llenó la bañera. El olor floral y la espuma junto con la calidez del agua tibia la reconfortaron hasta que ésta comenzó a enfriarse. Quitó el tapón, lentamente el agua empezó a escaparse dibujando ondas en las escasas curvas de su cuerpo que, poco a poco quedaba al descubierto mientras las casi agotadas burbujas estallaban cariñosas en su piel. Empezaba a tiritar, cuando un tercer jinete, el que ocupaba la parte central del baúl apareció frente a ella.

- ¿Quién eres?
-Soy el jinete del amor, de la verdad, de la libertad de crecer, de los sueños por alcanzar, ¿quieres venir conmigo?

-No sé,. - contestó. - Déjame pensarlo por favor. Aunque agotes tu paciencia con ello.
-Tranquila, esperaré.
Tras un rato sin medida, ella levantó la cabeza, se incorporó y desnuda se acercó. Él, bajó del caballo ayudándola a subir. Tomó las riendas y susurrando al oído del animal empezaron a galopar entre las flores del baúl, un hermoso campo fue tomando color y aroma a medida que avanzaban. El campo se convirtió en un bosque cada vez mas salvaje, los rayos de luz se filtraban entre las ramas de los legendarios árboles, el jinete se giró.

- ¿Confías en mí?
- Sí. -Respondió, y sus ojos se cruzaron en un interminable segundo hasta que la miradas atravesaron los corazones. Jinetes y montura estallaron en mil cristales de colores como lo harían si estallasen las vidrieras de Notre Dame.

Él hombre abrió la puerta, se suponía que ella ya no estaba. Había prometido marcharse en esa semana. Ya solo quedaba de su pasado común papeles por firmar y trastos por cargar. Entró en el desastrado salón y vio el baúl abierto. Se asomó y se quedó atónito: miles de piedras preciosas inundaban su fondo. Apoyó la manos en las esquinas para contemplarlas hipnotizado por la codicia. La tapa se cerró con violencia sin darle tiempo a reaccionar, los jinetes de las esquinas frontales sacaron sus espadas y clavándolas con rabia le atravesaron las manos sellando la puerta. Los dedos se le arquearon como se arquean las garras y él, se desvaneció en el aire, como se desvanece un grito que nadie escucha, como se disipa la niebla cuando sale el Sol, como se oculta la noche cuando la alumbra el día, como desaparecen los fantasmas cuando se encienden las luces.

                                                                                                   Matilde Párraga (12-07-2013)
                                                                                          Prohibida su reproducción total o parcial 


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