TAN SOLO...CABELLO.
Nació antes de tiempo, frágil, sin peso, sin uñas, sin pelo... Fue una niña deseada; nació defraudando. Cuando su padre contemplo aquel pequeño ser en la cuna, no se atrevió casi a mirarlo y menos a tocarlo. Por eso, los finos cabellos que fueron brotando en su cabeza, fueron recibidos por su madre, como un tesoro; un triunfo de la vida sobre la muerte. Un premio a cada segundo de esfuerzo para que la pequeña siguiese entre ellos. Un biberón un vómito, otro y otro... Cada día era una lucha.
El pelo creció; una bella melena castaña hasta la cintura. Sedosos cabellos que se enredaban al contacto con el aire, con las prendas. Una melena que cada noche su madre desenredaba para formar una larga trenza. Era su momento, un momento robado al día, como su madre se la robó a la muerte.
Cuando cumplió apenas diez años, su madre enfermo. Una de esas enfermedades innombrables. Y la enfermedad secuestró a su madre, secuestró las horas compartidas entre ellas.
Su padre los ponía en fila cada mañana , el pelo de los chicos es corto, el de los bebes también. El suyo, largo, rebelde, indomable. No hay tiempo. Aquella larga melena requiere tiempo, la vida va demasiado deprisa. La solución es sencilla, cortarla, solo es cabello. El pelo crece.
Sentada en la silla de la peluquería, cierra los puños, aprieta los dientes. No quiere que las lágrimas surquen sus mejillas, hay mucha gente, eso es algo que ella solo hace por las noches, cuando nadie mira, solo las paredes y la soledad de la habitación son testigo de los miedos. Ella ve caer de reojo cada mechón y duele; cada cabello cortado le recuerda la fragilidad de la vida, le recuerda que su madre no está, que puede que jamas vuelva a estar.
El peluquero convierte a la pequeña, tras un buen rato de secador, en una flacucha Cleopatra. La niña se refugia en el silencio.
Al caer la tarde, su padre la acerca al hospital. Su madre está débil, intentando aceptar un destino con final incierto. Al verla, sus ojos se tiñen de rabia, que han hecho... Se han quedado a solas, su padre tiene que hacer una llamada importante. La pequeña contempla aquellos ojos impotentes, furiosos; no quiere añadir dolor sobre el dolor y, rompe su boto de silencio. Mamá, solo es pelo, crece. Ademas es el corte de las chicas mayores, ya casi soy mayor!!!!
La pequeña lava su cabeza y Cleopatra se transforma en un paje desaliñado. Su pelo fosco se encrespa. El sol del agosto abrasa su cuello ahora desprotegido. La marmórea piel se llena de ampollas, se pela, muda, como la pequeña muda sus años de infancia.
Es septiembre, comienza un nuevo curso. Camino de la escuela, casi en la puerta se cruza con dos de los chicos de los cursos superiores, tienen mala fama, se rumorea que incluso tienen navajas. Uno de ellos la agarra del cuello empujándola contra la pared, el otro la escupe. El contenido de su boca se esparce en su cara. ¡Feto!, le grita el del pelo rizado, ambos se ríen.
Corre hasta el colegio, entra en el baño, limpia su carita, se ve reflejada en el gran espejo, quiere llorar, ahora ella ya tiene un nuevo nombre, feto y sabe que en el colegio todos los días se pasa lista...
Pese a todo no llora, sonríe mientras contempla los extraños rizos de su patético cabello. Su madre se los ha rizado al medio día, ha sido de nuevo, su momento compartido. Ella está en casa, ha decido luchar por vivir, la necesitan; todo lo demás, no tiene importancia para la niña.
Los niños ya están en clase. Llega tarde, la castigaran en el pasillo, ese triste pasillo, tan parecido al del hospital.
Mira por la ventana, no hay nadie en la puerta de entrada... solo tiene que deslizar el cerrojo. Fuera, la calle, llena de vida, de cosas por descubrir...
Autor: Matilde Párraga. Todos los derechos reservados.